Por segunda vez en poco tiempo los amigos de lo ajeno han vuelto a visitarnos. Esta vez “nos han hecho un siete”, sustrayendo material y equipos que habíamos adquirido recientemente para mejorar el servicio a los vecinos de La Atalaya.
Los miembros de esta Junta Directiva y la totalidad de los socios, los primeros por el tiempo que quitan a sus familias y amigos; y todos por su contribución mediante la cuota anual, en el intento por conseguir mejorar la calidad de vida de este barrio, se tropiezan con demasiada frecuencia con este tipo de sucesos que van dirigidos directamente a la línea de flotación de nuestra moral.
Desgraciadamente esta es una lacra con la que tenemos que convivir. Los autores de estos hechos son personas que llevan una vida contemplativa, ociosa y nada productiva, que efectúan un asalto a las propiedades ajenas para cubrir lo que sería sus necesidades básicas (drogas, alcohol, tabaco, etc.), puesto que las alimenticias las tienen cubiertas en su hogar paterno sobre-protector. No estudian, no trabajan y viven al día, con la protección inestimable de sus padres en el 90% de los casos. Ellos –sus padres- piensan que protegiéndoles, consintiéndoles y perdonándoles toda su dejadez, pasotismo y tropelías están evitándoles males mayores, cuando en realidad es justo lo contrario, están alimentando al monstruo que el día de mañana acabará devorándolos a ellos mismos, al monstruo que hundiéndose cada vez más en las garras de las drogas y el vicio acabará por arrastrarlos a ellos a un precipicio de la amargura. Los que ya han vivido esa experiencia sabe de qué hablamos.
Y es precisamente ahí, en el seno de la familia, donde se va gestando poco a poco estas tragedias. Las más de las veces por sobre-protección y otras por desinterés del entorno familiar, donde primero se les ríen las travesuras al niño/a y más tarde se le van encubriendo los pequeños hurtos y robos, unido a la poca o nula exigencia en cuanto a sus estudios y obligaciones. A nada se le da importancia, nada es lo suficientemente grave como para preocuparse y tomar medidas. Con estos mimbres se va gestando la base de un drogadicto-delincuente que finalmente acabará amargando la vida a sus propios progenitores (los creadores del “monstruo”).
Hoy nos ha tocado a nosotros, mañana le tocará a otro vecino, pero a los que les va a tocar siempre es a sus propios padres y familia más cercana. Los que ahora consienten, protegen y disculpan serán los principales damnificados por la obra de estos elementos, los que tendrán que cargar de por vida con el lastre de un drogadicto-delincuente.
A pesar de todo, nosotros continuaremos luchando por la mejora de la calidad de vida de nuestro barrio. La Atalaya.
Los miembros de esta Junta Directiva y la totalidad de los socios, los primeros por el tiempo que quitan a sus familias y amigos; y todos por su contribución mediante la cuota anual, en el intento por conseguir mejorar la calidad de vida de este barrio, se tropiezan con demasiada frecuencia con este tipo de sucesos que van dirigidos directamente a la línea de flotación de nuestra moral.
Desgraciadamente esta es una lacra con la que tenemos que convivir. Los autores de estos hechos son personas que llevan una vida contemplativa, ociosa y nada productiva, que efectúan un asalto a las propiedades ajenas para cubrir lo que sería sus necesidades básicas (drogas, alcohol, tabaco, etc.), puesto que las alimenticias las tienen cubiertas en su hogar paterno sobre-protector. No estudian, no trabajan y viven al día, con la protección inestimable de sus padres en el 90% de los casos. Ellos –sus padres- piensan que protegiéndoles, consintiéndoles y perdonándoles toda su dejadez, pasotismo y tropelías están evitándoles males mayores, cuando en realidad es justo lo contrario, están alimentando al monstruo que el día de mañana acabará devorándolos a ellos mismos, al monstruo que hundiéndose cada vez más en las garras de las drogas y el vicio acabará por arrastrarlos a ellos a un precipicio de la amargura. Los que ya han vivido esa experiencia sabe de qué hablamos.
Y es precisamente ahí, en el seno de la familia, donde se va gestando poco a poco estas tragedias. Las más de las veces por sobre-protección y otras por desinterés del entorno familiar, donde primero se les ríen las travesuras al niño/a y más tarde se le van encubriendo los pequeños hurtos y robos, unido a la poca o nula exigencia en cuanto a sus estudios y obligaciones. A nada se le da importancia, nada es lo suficientemente grave como para preocuparse y tomar medidas. Con estos mimbres se va gestando la base de un drogadicto-delincuente que finalmente acabará amargando la vida a sus propios progenitores (los creadores del “monstruo”).
Hoy nos ha tocado a nosotros, mañana le tocará a otro vecino, pero a los que les va a tocar siempre es a sus propios padres y familia más cercana. Los que ahora consienten, protegen y disculpan serán los principales damnificados por la obra de estos elementos, los que tendrán que cargar de por vida con el lastre de un drogadicto-delincuente.
A pesar de todo, nosotros continuaremos luchando por la mejora de la calidad de vida de nuestro barrio. La Atalaya.